Él era un chico. Ella era una chica. ¿Acaso lo puedo hacer más obvio?
Ambos eran jugadores en potencia de Nintendo 3DS. Tenían multitud de juegos, cartuchos tirados por todos los rincones de sus respectivas casas. No podían parar de jugar. Ni un momento. Incluso ahora mismo están jugando, fíjate tú.
Pero no se conocían, no. Dos de los jugadores más apasionados del mundo mundial se encontraban separados una cantidad considerable de metros (o pies si nos pones en un plano más internacional), con sus manos izquierdas sobre el stick de control y la mano derecha variando su dedo pulgar entre los dedos A, B, X, e Y. Sus ojos, fijos, no se movían de la pantalla superior, con alguna desviación repentina a la pantalla interior, donde a veces había que pulsar cosas, pero otras veces no. De vez en cuando se mareaban. Pero seguían jugando hasta que su cabeza decía "basta".
Un día decidieron salir a la calle. Así, a lo loco. Hacía buen tiempo así que no estaba de más. Miraban al sol. Se quedaron un poco ciegos así que dejaron de hacerlo. Pero siguieron caminando. Pero eh, ¿habían dejado sus consolas? ¡Por supuesto que no! Las llevaban en el bolsillo, bien apretaditas, para que también les diera un poco el aire, el aire primaveral. Aunque apretadas de aquella forma, en los estrechos bolsillos de los vaqueros, poco podían respirar.
El destino quiso que, ambos pimpollos, al vivir en la misma ciudad, acabasen su paseo en el mismo parque abarrotado de niños, cinco perros, catorce palomas y madres que cotilleaban, así como algún otro joven que escuchaba música, hablaba con sus amigos o se hacía el malote. Pero dejemos de hablar de ellos que no nos importan, hombre ya.
Los dos protagonistas de esta poco interesante historia llegaron al parque. Ellos no sabían que había una conexión entre ellos, pero la había, ¡ay que si la había!: sus Nintendo 3DS se habían encontrado, la una con la otra. Se habían encontrado de una forma metafísica, entendedme: sus conexiones inalámbricas emitieron sendas ondas de plagadas de amor digital que quisieron que los datos de StreetPass de la una y de la otra bailasen en el aire y se depositasen en la otra, las muy pícaras.
La chica abrió su consola, emocionada, ya que casi nunca encontraba su Nintendo 3DS con la lucecita verde del StreetPass encendida. Entro todo lo rápido que pudo a la Plaza Mii y allí lo vió por primera vez: tenía los ojos donde las orejas, la boca en la frente y las cejas formando un extraño dibujo en el centro. Iba acompañado de un saludo: "ola".
CONTINUARÁ
¡Y ahora, la explicación a esto!
"Esto... ¿te gustaría que cruzaramos nuestras 3DS?" y empezar una historia super bonita de amor.
— Borja Duret (@Arandanus) May 5, 2013
@arandanus No hay huevos a hacerla en condiciones
— Manu Nu (@Nintenmanu) May 5, 2013
Y como ya sabéis, cuando alguien te dice "no hay huevos", no te queda más remedio que hacerlo.
:)
BRAVOOOO, BRAVÍSIMOOO!
ResponderEliminarEspero que continúe, será una obra maestra de la literatura neoactual.
Me ha metido mucho en escena la exactitud de perros y palomas en el parque, un detalle quizá bastante pasable para cualquier lector casual, pero para un crítico literario como un servidor, es la viva imagen de la magnificencia literaria en su máximo explendor.
Un trabajo admirable mi apreciado amigo.