jueves, 18 de julio de 2013

El superinodoro


Nadie por aquel entonces sospechaba en Gazpacho, pueblo gobernado por Voraj, los acontecimientos que ocurrirían a causa de aquel inocente regalo con el que Frida decidió obsequiar al alcalde a cambio de una suculenta mariposa amarilla.

Voraj decidió llevar el superinodoro a su casa y colocarlo en el centro de la única habitación que la componía. Frida parecía tener buen gusto en cuanto al diseño de casas, por lo que estaba seguro de que seguir sus consejos sería un buen paso para hacerse notar en el pueblo. Así, el superinodoro atraía todas las miradas de cualquier persona que cruzase la puerta principal y se dirigiera a su casa.

Al principio, no mucha gente se dio cuenta: que un inodoro estuviera dentro de una casa era algo habitual, y por muy "súper" que fuera, no estaba a la vista de nadie que no supiera identificar objetos a través de los muros. Algunos vecinos fueron haciéndose partícipes de su existencia, con algunas visitas que ellos mismos proponían a la casa del alcalde, con el fin de acercarse a la máxima autoridad de aquel poblado.

Así, vecinos como Babú o Aurelia se mostraron grátamente sorprendidos por la inclusión del superinodoro en el diseño de la casa. "¡Me dan ganas de plantar un pino!" o "Esto me hace olvidarme de mis problemas de estreñimiento" eran algunas de las frases más repetidas por los visitantes, que cada vez iban en aumento y prolongaban más su estancia en la casa del alcalde, para su desgracia.

Uno de los vecinos, Pupas, un perro cubierto de vendas, era conocido como el "rarito" del pueblo, ya que rara vez se mostraba interesado por algo y se rumoreaba que hablaba con las conchas de la playa cuando creía que nadie lo estaba observando. Pero incluso Pupas sucumbió a la tentación de visitar al alcalde Voraj en su hogar y de observar con sus propios ojos, entre vendas, lo maravilloso que era el superinodoro.

El superinodoro se convirtió en la comidilla del pueblo, y todos los vecinos parecían contentos con la decisión del alcalde de haberlo situado en el centro de su casa. Se planteó hasta modificar la bandera del pueblo y colocar en ella un inodoro resplandeciente, pese a que algunos vecinos apuntaban que aquella imagen podría alejar a futuros visitantes por "enviar el mensaje equivocado sobre nuestro pueblo".

El alcalde Voraj comenzaba a mostrarse un tanto molesto con la situación, porque los vecinos aprovechaban la mínima oportunidad para inventarse una excusa que les obligase a visitar la casa del alcalde y sentar sus posaderas sobre el reluciente superinodoro. Aunque Voraj se estaba volviendo rico (había comenzado a cobrar por 1.000 bayas la visita a su casa, con constantes subidas de precio que le permitieron construir un precioso banco en medio del pueblo), el dinero no le cegó del todo. El rarito, Pupas, no había vuelto a visitar su casa desde aquella única ocasión, pero tampoco se le había visto por el pueblo. Intrigado por su actitud, el alcalde decidió visitar al desaparecido vecino.

Este le recibió en su casa con total normalidad, pero una vez Voraj puso sus pies sobre la alfombra puzle comprobó que aquello se alejaba mucho de aquella aparente normalidad: la pared se encontraba cubierta de letras que rezaban "SUPERINODORO" en diferentes tamaños y colores, entre los que sobresaltaba el rojo. La habitación apenas estaba amueblada, con un montón de notas esparcidas por el suelo, que también se encontraban rellenas de líneas con la palabra "SUPERINODORO" escrita una y otra vez; y, por alguna razón, un televisor corazón que emitía un programa incomprensible para el oído humano.

Asustado por la estancia en esa casa, el alcalde se excusó y salió rápidamente del edificio. Se dedicó a hacer una pequeña encuesta a los vecinos sobre el comportamiento de Pupas, pero estos nunca contestaban directamente, y se andaban por las ramas con temas que no tenían nada que ver. Voraj sabía que sus vecinos eran raros: ya había sospechado algo cuando se dio cuenta de que era el único humano que vivía en aquel pueblo y que por alguna razón comprendia perfectamente a todos los animales, que también hablaban en su idioma. Pero nunca habría llegado a pensar que sus vecinos pudieran llegar a estar realmente locos.

Los días seguían fluyendo en Gazpacho y los vecinos continuaron comportándose de forma extraña, o incluso aún más. Poco a poco, el comportamiento de Pupas fue extendiéndose al resto de vecinos, con la diferencia de que estos ya no les dejaban pasar a sus casas. Llego un momento en que Babú era el único vecino que no se había aislado en su hogar, pero esto se debía a que estaba locamente enamorado del alcalde, y que por mucho que éste tratase de explicarle que una relación sentimental entre un hombre y un gorila era prácticamente imposible, el mono continuaba insistiendo con cartas cada vez más evidentes.

Una mañana, cuando el alcalde despertó tras haber pasado una mala noche (tuvo que arreglar la ventana del piso superior a causa de las piedras que Babú había lanzado tratando de reclamar su atención con un laúd) bajo las escaleras de su casa y la visión que encontró en ella le horrorizó: el resto de vecinos, que no había aparecido en días por el pueblo, se encontraban con trajes trivales dando vueltas al super inodoro, acompañado de un cántico que sonaba parecido a "caca-uh-ah-escobilla-ha". Los vecinos parecían absortos en su ritual, y sin dejar de observar aquella inquietante escena, Voraj dejó la casa lo más rápido posible.

La visión del pueblo lo horrorizó: todo el pueblo había sido talado de arriba a abajo, las casas estaban destruidas y el único resto superviviente era Babú, que estaba tirado al lado de un tocón con la mirada perdida. Voraj se acercó a preguntarle qué había ocurrido, pero el gorila se encontraba inmerso en un profundo sueño en el que susurraba canciones de El Sueño de Morfeo. El alcade se alejó aún más preocupado que de costumbre.

De repente se oyó una terrible sacudida, proveniente del ayuntamiento. La secretaria Canela salía horrorizada mientras el edificio se venía abajo, mientras un indoro gigante dorado ocupa su lugar desde el cielo, con varios helicópteros sujetándolo a través de largos cables. En uno de ellos, el alcalde, que tenía muy buena vista, vislumbró a Pupas, que reía como si de un psicópata se tratara. El resto de helicópteros soportaban altavoces que repetían los cánticos que Voraj había oído en su casa "CACA-UH-AH-ESCOBILLA-HA".

Aterrado por lo que sus ojos contemplaban, Voraj salió corriendo a la Estación de Tren, tratando de huir aquel pueblo que, desde luego, ya no podía controlar. "¡Esta es la lista de pueblos a los que puedes ir!" le contestó Estasio, el encargado, con una sonrisa. Agradecido, Voraj cogió la lista, pero su expresión cambió en el momento al comprobar que la lista estaba vacía. "¡¿Qué significa todo esto?!" preguntó, atónito. "¡SIGNIFICA QUE LOS INODOROS SON TU NUEVO DIOS!" le contestó Estasio, perdiendo toda la cordura y tirándose a las vías del tren.

Voraj se encontraba totalmente perdido, indefenso. Ningún lugar de aquel pueblo era seguro, todas las salidas eran inexistentes y se negaba a cumplir un régimen creado por adoradores de inodoros. Preocupado, salió de la estación para ver cómo continuaban los acontecimientos de aquel apocalipsis urinario.

El enorme inodoro dorado se había asentado definitivamente en el suelo, y los vecinos ahora rondaban este nuevo inodoro. Tenían un nuevo lema: "¡LAS DEPOSICIONES SON NUESTRAS ORACIONES!". Los helicópteros no sólo habían traído el váter gigante, sino que además habían traído a más creyentes del inodoro, o little WCs, como les gustaba denominarse. Alrededor de 50 o 60 animales enloquecidos bailaban alrededor del retrete, con antorchas en las manos y sin coordinación alguna.

En lo alto del retrete apareció Pupas, portando una capa real de color plateado mientras miraba a toda la población. "EL SEÑOR ROCA ES NUESTRO PASADO, PRESENTE Y FUTURO. RENDÍOS AHORA O PREPARÁOS PARA ORINAR". Esta proclama fue recibida con vítores y gritos por los little WCs, que cada vez enloquecían más.

Uno de los little WC, completamente ido de sus cabales, se acercó al banco que tanto esfuerzo recaudatorio le había supuesto a Voraj construir, y lo destrozó. Miró al cielo, sin parar de reír y gritó "retretes unidos, jamás serán vencidos", mientras brincaba de vuelta a la congregación de seguidores.

Aquel acto vandálico fue demasiado para el ya desautorizado alcalde. Apretando los puños y con cara de malas pulgas, Voraj se acercó a la fiesta tribal y gritó un "BASTA YA DE ESTA LOCURA".

Todo el mundo se calló al instante, mirando a Voraj, quien se frotaba el cuello (se había excedido un tanto en su grito). Pupas le miraba con rencor desde lo alto del retrete y se dirigió a un par de secuaces, a los que ordenó un "cogedle y traedlo aquí". Los dos guardianes de Pupas retuvieron a Voraj, que apenas opuso resistencia, y lo subieron al váter, dejándolo al borde de la taza.

"Adora al váter", le mandó Pupas. "¡Jamás!", gritó Voraj, mientras intentaba liberarse de los guardas que lo mantenían quieto. "Entonces, sufrirás una TIRADA DE CADENA CELESTIAL, ¿es lo que quieres?". Voraj no contestó, ya que tenía que pensar una frase lo suficientemente épica para bien librarse de aquella situación o bien morir. Pero entonces ocurrió lo inesperable.

Babú, que se acababa de enterar de la derrota de El Sueño de Morfeo en Eurovisión, había subido hasta el váter. Con un gran rencor acumulado, apartó a los guardas que sujetaban a Voraj y se puso delante. Abriendo los brazos gritó "¡NADIE VA A TOCAR A MI ALCALDE!".

Todo el mundo lo miraba preocupadamente, pero alguna risa se escapó entre el público. Entonces Babú miró atrás: cuando había abierto los brazos, uno de ellos había golpeado a Voraj y lo había tirado por el retrete, mientras que un torrente de agua se llevaba al abismo a un alcalde que había gobernado un pueblo llamado una vez Gazpacho.


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