sábado, 16 de febrero de 2013

El verdadero por qué de la retirada del Papa

Inauguro este nuevo blog hablando del Papa, ¿a que no te lo esperabas? Yo tampoco. A partir de ahora podrás ver más artículos de investigación e historias increíbles (pero no ciertas) si te mantienes al hilo de lo que voy posteando según me vaya apeteciendo. Sin más dilación, aquí comienza "It's Voraj Time!".

Aquella tarde hacía solecito del bueno, del que te apetece salir a la calle y pasar ahí el resto del día. Pero no en el Vaticano. El sol estaba, sí, por eso de que no es posible que el astro este iluminando medio mundo pero no a un punto concreto, a no ser que tuvieran una sombrilla enorme que tapase todo el micro-Estado y lo dejase en penumbra.

El Papa no estaba contento aquel día. Para empezar, se habían acabado las magdalenas en la cocina del Vaticano. Miento, no se habían acabado: sólo quedaban de las normales, las valencianas eran las que habían desaparecido sin dejar rastro. Y todos sabemos que una magdalena valenciana es algo mucho superior que una corriente y simple magdalena "a secas".

Por si fuera poco, una vez que se había su Cola-Cao (el Papa odiaba profundamente el Nesquick), había ido, como hacía todos los días, a hacer el repaso de misas mundial. Era una tarea rutinaria: televisión, periódicos, radios e internet eran examinados en profundidad para comprobar que los diferentes curas de los distintos países ofrecían sus misas de una manera adecuada. Generalmente, no había problemas ya que los curas se limitaban a su labor, pero más de una vez hubo que dar un toque de atención a algún que otro "empleado del Señor" porque estaba "muy subidito", como le gustaba decir a Bene.

El caso es que aquel día Internet no funcionaba del todo bien: el router del Vaticano daba constantemente fallos de IP, ya que parecían que había un intruso que trataba de usar la red WiFi gratis. El Papa, cabreado, pensó que serían las monjas de la delegación de bádminton oficial del Vaticano. Se pasaban el día enchufadas a las redes sociales, siguiendo a los grandes maestros del bádminton mundial (que no nombro porque estoy seguro de que TODOS sabemos de quiénes hablo), así como compartiendo sus experiencias en los partidos que disputaban cada semana. El revés de Sor Ramoncita aquella semana había sido impresionante, tendríais que haberlo visto.

Frustrado por no poder seguir su rutina habitual, el Papa se fue a dar una ducha, a ver si se relajaba. Con música clásica de fondo, tardó un buen rato en encontrar la temperatura adecuada, y su ducha fue sin más imprevistos, hasta que se dio cuenta que no se había llevado su toalla papal: la PAPATOALLA.

Sin su PAPATOALLA el Papa no era nadie, más que un hombre desgastado y, en aquellos momentos, empapado. No tuvo más remedio que salir corriendo con los ojos cerrados y gritando a la nada "¡No me miréis, no me miréis!" hasta que llegó a su habitación, donde su PAPARROPA le esperaba dispuesta a ocultar su desnudez.

Una vez vestido, entre un contratiempo y otro, había llegado la hora de comer. El Papa seguía queriendo magdalenas valencianas, pero no era algo que estaba bien visto comer a esas horas, así que se conformo con su sopa con fideos en forma de Pitufos y su filete de pollo. El Papa se puso su PAPASERVILLETA y se comió rápidamente todo lo que pilló por encima de la mesa del comedor.

Era la hora de echarse la siesta, pero en el Vaticano no se sintonizaba La 2. El Papa no tuvo más remedio que accionar el PAPAMANDO DE LA TELEVISIÓN y poner el DVD, donde tenía recogidos los mejores resúmenes de "Fama, ¡a bailar!". Pero sólo los de la primera temporada, que eran los únicos que tenían verdaderamente espíritu de bailarín. El día había estado torcido, y aquel momento no iba a ser menos: el DVD estaba rayado (mazo mal, tío) y el reproductor era incapaz de poner en marcha a los chicos de Fama. Indignado, el Papa se conformó con ver el salvapantallas del DVD, y se quedó profundamente dormido.

Se acercaban las siete de la tarde, y el Papa, temiendo que todo lo que hiciese acabase mal de una manera u otra, decidió dedicarse a lo más inofensivo de todo el palacio papal: los puzles. El día anterior había resuelto, tras varias horas de quebraderos de cabeza, el puzle de 50 fichas de Dora la Exploradora, pero el reto de aquel día era infinitamente más complicado: el puzle de 100 fichas de Marsupilami. El Papa era de las pocas personas que recordaba al extraño ser, y se había hecho con infinidad de merchandising de la serie, con gorras, pósters, tazas, alfombrillas y hasta la pasta de dientes oficial, de la cual sólo se habían comercializado 5 unidades en todo el mundo. Hasta quiso bautizar al propio Marsupilami, pero desgraciadamente nunca consiguió contactar con él.

El Papá estaba emocionado con la resolución del puzle de Marsupilami, por lo que se puso rápidamente a resolverlo. Además, acompañaba el puzle con su PAPAVASO de Trina de limón (el Papa tenía problemas de gases) y unas gominolas de los diferentes apóstoles (alguna referencia a algo religioso había que hacer).

El puzle le llevó toda la tarde, y cuando a eso de las nueve de la noche iba a colocar la última pieza... se dio cuenta de que no existía. Indignado, escupió su Trina (pero con elegancia) y las piezas del puzle se derramaron por todo el suelo. Se dice que hasta la cara de Marsupilami del puzle se asustó. Pero justo en ese momento... algo cambiaría.

"AVE MARÍA, CUANDO SERÁS MÍA". El móvil del Papa comenzó a sonar, lo cual era bastante poco habitual. Pero de las pocas veces que lo hacía, el Papa se alegraba: siempre le había caído bien David Bisbal, era un chaval muy majo. El mejor triunfito de todos. El Papa, haciendo la coreografía mientras se acercaba al móvil, finalmente le dio al botón para descolgar (el Papa tenía un iPhone, es así de moderno) y dijo "¡Este es el PAPAMÓVIL! Papa al habla".

"¡Hola, su santidad!" le contestó una voz de mujer, "¿le interrumpo?". "No, para nada..." le contestaba el Papa mientras recogía el puzle de Marsupilami. "Perfecto. Tengo una propuesta para usted" le decía la mujer. "Como ya hablamos el otro día, usted me aseguró que tenía muchas ganas". "Ganas tengo, mujer" le contaba el Papa, "pero no sé si lo verían bien".

"¡Pero Bene! Ya es usted mayorcito para decidir qué hacer y qué no... Ya saben eso que dicen los jóvenes ahora, YOLO". La mujer parecía insistir mucho, aunque parecía estar perfectamente segura de que el Papa acabaría accediendo. "¿Sabes qué te digo, Mercedes? Que tienes razón, ¡toda la razón del mundo!", dijo mientras golpeaba la mesa con el puño. "Llevo hoy un día de los demonios, y creo que es hora de cambiar de aires... En cinco minutitos cojo el Jet privado y me tienes ahí en Guadalix, ¿vale?".

El Papa colgó el teléfono, se puso su PAPABRIGO y salió corriendo a la terraza. Los curas y monjas que aún estaban trabajando habían montado un pequeño guateque, y estaban charlando, bailando y rezando un poquitín. El Papa estiró sus brazos (era muy dramático él) y gritó:

SOY EL NUEVO CONCURSANTE DE GRAN HERMANO 14.

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