Me disponía a contar la historia de cómo Eulalio, un modesto
niño cuyos padres parecían contar con un extraño gusto a la hora de elegir los
nombres de sus descendientes. Eulalio siempre iba acompañado de su perro,
llamado Perrito, lo que demostraba la carente capacidad creativa con la que
Eulalio contaba.
La historia que tenía en mente era muy simple: Eulalio, como
buen niño que ama e idolatra a su familia, se dispondría aquella mañana a ir a
comprar el pan acompañado de Perrito, donde una vez alcanzase su destino el
panadero le intercambiaría unos céntimos por la barra de pan correspondiente y
volvería de nuevo a su hogar. Hasta aquí todo parecía fácil.
Sin embargo, Eulalio no estaba de acuerdo con algunos
detalles que había ofrecido yo, el narrador, considerando que había
determinados aspectos que restaban objetividad a mi relato. Una acalorada
discusión que mantuve con Eulalio acabo con el joven arrebatándome mi historia
y cambiando a su antojo ciertas partes del relato. Eulalio no era un escritor
muy prometedor, por lo que espero que entiendan que el relato pueda estar
plagado de incoherencias. Lavadora.
La historia comienza por tanto en casa de Eulalio, la casa
más guay del mundo mundial. La casa era muy bonita. Tenía un jardín verde.
Perrito comía. La madre de Eulalio, la cual preparaba una lasaña estupenda y
además era muy guapa, la madre más chachi del mundo mundial, mandó a Eulalio a
comprar el pan. Eulalio aceptó con la condición de llevarse a Perrito consigo.
La madre aceptó.
Salieron de casa y Eulalio no tropezó con una piedra.
Eulalio no era torpe por lo que no se caía frecuentemente. Eulalio es guay. Con
la correa en mano, Eulalio y Perrito salieron del jardín y se dirigieron hacia
la panadería, la cual estaba cinco manzanas más allá de la casa de Eulalio. Las
manzanas no son calles, son fruta, por lo que no entiendo por qué el narrador
es tan tonto.
Mientras iba paseando con Perrito, Eulalio se encontró con
varios conocidos. En primer lugar estaba Elisa, la niña de su clase que le
gustaba. No le gustaba. Sólo tenía los cinco cromos que le faltaban para su
álbum de la serie de infantil de moda del momento. Saludo a Elisa con un tímido
“hola”, al que ella le respondió con una sonrisita. Elisa se come los mocos.
Aquí traté de hacer un inciso. Las interrupciones de Eulalio
me estaban haciendo perder los nervios, y estaba a punto de desechar toda idea
para hacer el relato. Definitivamente, el personaje no parecía estar de acuerdo
con ningún punto del relato, y cualquier momento comprometedor o que le dejaba
en mal lugar era cambiado de mala manera.
Eulalio me dijo que su personalidad no estaba hecha para ser
tan maltratada de ese modo, y que además su personaje era excesivamente
aburrido. Era el típico personaje secundario del que nadie se acuerda, el típico
personaje tan insulso que nadie querría comprar jamás el libro que contuviese
dicho relato. Eulalio me sugirió que le diera alguna característica
extraordinaria al personaje, de forma que el lector se viese sorprendido y a
partir del momento de la lectura su máxima aspiración en la vida fuera
convertirse en Eulalio.
La idea no me parecía mala, así que tampoco la descarté.
Comenzamos a hacer lo que algunos intelectuales denominan “brain storming”,
pero pronto me di cuenta de que las ideas de Eulalio eran demasiado
trasgresoras, así que le comuniqué que continuaría la historia tal y como la
había planteado. Eulalio entró en cólera y de nuevo me modificó la historia.
Harto de tal situación, dejé la historia con los cambios que él mismo me dijo.
Espero que me perdonen.
Eulalio se convirtió en un súper héroe. A partir de ahora
podía volar, así como matar a los malos con sus pistolas láser. Como su misión
siguió siendo la panadería, voló hasta allí. Perrito le sugirió (ya que había
aprendido milagrosamente a hablar) que fuese con precaución, pues últimamente
se comentaba mucho en la ciudad la presencia de un temible villano. Pero
Eulalio era guay y no le tenía miedo a nada.
Una vez que llegaron a la panadería, Eulalio encargó una
baguette francesa, como acostumbraba a hacer. Mientras le entregaba los 60
céntimos correspondientes de la barra de pan, el panadero se convirtió en un
monstruo muy feo, verde, y que olía a caca de vaca. Pero Eulalio era súper
fuerte, por lo que le dio un puñetazo en la cara y lo mató. Junto a Perrito
salió de la tienda y volvieron a casa.
Aquí acaba la historia. Como pueden haber visto, ir a
comprar una barra de pan se puede convertir en una aventura inolvidable,
plagada de acción con monstruos de todo tipo. Tengan precaución la próxima vez
que un panadero les vaya a devolver el cambio: nunca se sabe qué podría pasar.